Autor: Luis
Fecha de publicación: 11 abril, 2022

El Asesino de Green River, obsesionado con las prostitutas

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Aunque nos cueste reconocerlo, hay algo morbosamente fascinante en las historias de asesinos en serie. El ser humano siente un miedo atroz a enfrentarse a ese tipo de perfiles que considera absolutamente imposibles. ¿Cómo puede alguien ser capaz de arrebatar la vida a los demás de forma fría y calculada, convirtiendo el asesinato en una costumbre? ¿Cómo pueden existir personas que encuentren incluso gozoso el propio acto de matar? A lo largo de la historia han sido muchos los psicópatas que se han convertido en leyenda por sus crímenes horripilantes. De hecho, algunos lo hacen precisamente por eso, por lograr trascender y llamar la atención sobre sí mismos. Son personas narcisistas y con un ego desmesurado, amén de tener habitualmente problemas psicológicos que les impiden empatizar con los demás. Sin embargo, no todos los perfiles de asesinos en serie son iguales, por más que las películas traten de vendernos algo así.

Muchos los llaman monstruos, y sin descartar que lo sean, incluirlos en una categoría así impide un verdadero análisis de su comportamiento, de sus ideas y sus razones. Desde los años 70, las principales agencias de inteligencia han estudiado a fondo los patrones de estos asesinos, para tratar de encontrar algo en común en ellos. Una pista que les permita adelantarse a sus crímenes y evitar futuras muertes. Meterse en la piel del asesino para entenderlo, para prever sus pasos, no es precisamente sencillo. Como caminar por un mundo de sombras y horror del que normalmente salimos traumatizados. A veces es, sin embargo, la única forma de llegar hasta estos criminales abyectos, que han ido trufando de muerte un camino que puede durar incluso décadas. En los últimos tiempos, estos perfiles ya no se dan tan a menudo, porque los avances tecnológicos y criminológicos han permitido estar más encima de los criminales. Hoy es más complicado matar en serie y seguir libre, algo que era mucho más común en los 70 y 80, la “era dorada” de este tipo de asesinatos. Fue el momento en el que el Asesino de Green River actuaba en el condado de King, en Washington, estrangulando a decenas de mujeres. Una historia que ha pasado algo más desapercibida que la de otros asesinos, pero que no tiene nada que envidiar a Bundy o a Dahmer.

Gary Ridgway

El asesino de Green River responde al nombre de Gary Leon Ridgway. Nacido en 1949 en la ciudad de Salt Lake City, Utah, se crió en el noroeste del país, en el estado de Washington, bajo la férrea atención de una madre que le llegó a maltratar. La relación con su progenitora marcaría, según los expertos, el futuro del pequeño Gary. Un chico normal y algo retraído que sin embargo, ya mostraba impulsos homicidas desde la adolescencia, cuando atacó a un niño al que estuvo a punto de matar. Gary desarrolló una fuerte misoginia y aunque estuvo casado tres veces y tuvo un hijo, ninguno de esos matrimonios llegó a buen puerto. Era infiel a sus esposas y solía andar con prostitutas y otras amantes. Su imagen, sin embargo, era la de un hombre tranquilo y respetado por toda la comunidad.

Sus primeros crímenes

En 1982, una joven prostituta aparecería estrangulada en una zona cercana al Green River, el río que cruza el condado de King, en Washington. Aquel cadáver sería el primero de una ristra de más de una decena, que serían encontrados en la zona a lo largo de los años siguientes. Casi todas prostitutas, mujeres de vida difícil que a veces incluso tenían adicción a las drogas. Víctimas por las que casi nadie se preocuparía, en realidad. Todas aparecían estranguladas, y casi siempre con signos de abuso, tortura y violación. Siempre en la zona del condado de King, y siempre con intervalos pequeños entre un asesinato y otro. Estaba claro que Washington se enfrentaba a un asesino en serie, y tenían que poner todos sus medios para lograr localizarlo y detenerlo antes de que las víctimas ascendieran.

El FBI llegó incluso a hablar con Ted Bundy, en sesiones al estilo Mindhunter, para intentar desvelar los secretos de aquel misterioso asesino. Era burdo en sus métodos, pero nunca dejaba pistas, así que no quería que le relacionasen con aquellos casos. El novio de una de las víctimas pudo dar la primera información que apuntaba a Ridgway cuando afirmó que había visto a su chica subir a una camioneta poco antes de morir. El vehículo fue encontrado cerca de la casa de Ridgway, que llegó incluso a ser detenido e interrogado. Pasó con nota la prueba del polígrafo, y no se encontraron pruebas concluyentes contra él en aquel momento. Era 1988, y todavía quedaban muchas víctimas por delante para un asesino que volvió a quedar libre.

Arresto

Cierto es que en los años 90, la actividad de Ridgway ya no fue tan intensa. Tal vez por volver a casarse y tener una vida más “familiar”, o sencillamente, porque el susto de la primera detención ya le sirvió como advertencia. Los crímenes, algo más espaciados en el tiempo, se siguieron dando. De nuevo el mismo patrón en las víctimas: prostitutas estranguladas cerca de la zona del Green River. El tiempo pasaba y aquel asesino parecía convertirse ya en una leyenda, inalcanzable para la policía y los federales. Sin embargo, la tecnología también avanzaba, y en 2001 se pudieron realizar pruebas para cotejar el ADN encontrado en algunas víctimas con la de sospechosos habituales de crímenes. La saliva de Ridgway, tomada en su detención, terminó delatándole.

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El hombre, ahora casado y con un hijo, padre orgulloso de familia y devoto absoluto a la Iglesia Pentecostal, volvió a pasar a disposición judicial. Las pruebas ahora eran determinantes, y el tipo no tuvo más remedio que confesar. Y lo hizo a lo grande, asumiendo que no volvería a estar en libertad después de sus horrendos crímenes, y confesando todos los crímenes que se le atribuían para escapar del corredor de la muerte. El juicio, celebrado en 2003, conmocionó a todo el país, que vio como Ridgway, con esa cara de hombre humilde y tranquilo, aseguraba haber asesinado a 49 prostitutas durante casi veinte años de carrera criminal. El número ascendería posteriormente a 71, cuando el tipo ya había sido condenado por sus crímenes anteriores a 49 cadenas perpetuas inapelables.

Su influencia en la cultura

Así, el Asesino de Green River se convertía en uno de los mayores homicidas en serie de la historia de Estados Unidos. Un papel que ha propiciado su aparición en numerosos libros y películas, como la que Netflix produjo sobre la visita a Ted Bundy, con la intención de comprender mejor los pensamientos de este nuevo asesino  en serie. Una docuserie de cinco capítulos fue estrenada por la misma plataforma en 2021, desarrollando minuciosamente todo el caso. Ridgway, al ser preguntado por sus motivaciones, simplemente alegó que quería saber qué se sentía al matar, que odiaba profundamente a las mujeres, y que había escogido a prostitutas porque sabía que nadie se preocupaba por ellas. Una triste confesión que no deja de tener su parte de realidad, viendo cómo se tardó 20 años en detenerle.